Se preguntaba por qué la gente seguía sonriendo, siendo la vida tan triste.
Se podían derramar lágrimas hasta que los párpados enrojecieran, dolieran y escocieran. Tantas cosas perdidas, no logradas, tanta vergüenza y tantos esfuerzos en un trabajo presente que a nadie interesa.
Como las acuarelas que pintaba, día tras día, sentado cerca de una gran ventana sin cortinas.
Vivía sólo en un pequeño estudio en el centro de la ciudad más fea del mundo. Pero aún así, desde aquel sexto piso, podía ver cosas muy interesantes, bonitas y con muchos colores.
Hoshio tenía una enfermedad crónica, difícil de llevar (como todas las enfermedades crónicas), molesta (como todas las enfermedades crónicas).
Supuestamente el azar le había regalado el “ser un enfermo”.
No se veía como tal, a pesar de la gran cantidad de medicación que debía tomar cada día y de las dietas estrictas y constantes. Físicamente se veía bien, saludable. Tal vez un ligero atisbo de tristeza y soledad podía describir la luz de sus ojos negros.
Fue al cuarto de baño a por agua para sus pinceles. Evadió mirarse al espejo, como de costumbre. Pero era peor aquella tímida visión de soslayo que mirarse directamente y sin miedo. Porque la imagen borrosa y veloz del vidrio esquivado le parecía la misma horrenda versión de sí mismo años atrás, en los peores momentos de su enfermedad.
Odiaba los espejos y las fotografías. Incluso ahora que había recobrado su aspecto normal.
Volvió con sus pinceles, frente al lienzo, manchado con gracia y frescura de púrpuras y violetas, amarillos y grises.
Su alta figura esbelta parecía esconder unas magníficas alas de ángel.
Y a pesar de que yo se lo decía muy en serio, Hoshio replicaba que era imposible que él tuviera algo de ángel. Sin mirarme, añadía: “…pero sería bonito tener alas…”
Hoshio me gustaba. Iba a su casa cada día y me sentaba a verle pintar. Sus espaldas eran hermosas. Aún puedo visualizarlas.
Y puedo sentir las mismas ansias de levantarme y abrazarme a ellas.
Porque la mayor de las veces, me daba la sensación de que Hoshio estaba a punto de desaparecer. Tanto negaba su existencia y su valor que por momentos se volvía casi invisible. Se disolvían sus colores con el aire, igual que sus aguadas.
El día en que le abracé, ahogando un suspiro, aliviado por tan larga espera, él se quedó quieto y tenso.
_No vuelvas más.
Fue lo único que dijo. Con aquella voz de pluma de ave, de nube que acariciaba el alma.
Me resultó la frase más insufrible, triste y desgarradora jamás expresada.
Supongo que fui un cobarde, porque le hice caso.
Y no regresé.
* * *
Hoshio, sentado en el suelo, se dio cuenta del vacío dejado por aquel visitante asiduo.
Del silencio y la gran cantidad de cuadros, la mayoría acuarelas, otros tantos óleos, también tintas y bocetos. Todo a su alrededor le miraba con la dolorosa quietud de la inexistencia.
El arte que nadie conocía. El arte no observado.
_Absurdo…Estúpido…Patético.
Echó la cabeza hacia atrás, apoyándola contra la fría pared pintada de blanco.
¿Por qué seguir pintando?
La última vez que salió de aquel su diminuto mundo, fue cuando su hermana pequeña se casó.
Pudo verse a sí mismo, en medio de la gente, como un poste añadido. Pero esa era una descripción injusta. Porque todos le querían. Todos le mimaban. No le dejaban sólo.
Lo único que no tenía, era una línea de vida como el resto.
No tenía amigos.
La enfermedad le obligó a quedarse atrás, mientras el mundo seguía girando. Miraba a su alrededor, vestido de etiqueta por vez primera, y no reconocía a nadie.
Los rostros de sus amigos eran infantiles y le sonreían desde el fondo de sus memorias. No sabía dónde estaban. Y nadie sabía dónde estaba él.
Nadie sabía quién era.
Cuando regresó al estudio, la luz del atardecer bañaba el ambiente con ternura vacilante.
Se quitó la chaqueta, se acercó a la ventana.
Nadie sabe que estoy aquí.
Nadie sabe que existo.
Nadie sabe qué estoy haciendo.
Nadie…
Las lágrimas cayeron gruesas sobre las mejillas, corriendo barbilla abajo.
Se las limpió deprisa con las manos. Sus manos, hacia muy poco, eran muy huesudas. Daban miedo.
Las miró bien. Con aquellas manos había pintado tanto…Y había enjugado muchas veces sus propias lágrimas.
No puedo dejar de pintar… ¿verdad?
_ Hoshio.
Sorprendido, se dio la vuelta.
_Has…vuelto.
_Claro.
_ ¿Por qué?
Se acercó a Hoshio con una sonrisa calma.
_ Porque sí.
_ ¿Qué razón es esa? – Hoshio tragó saliva, aún salados los labios por las lágrimas, los ojos rojos y brillantes.
_ Es razón suficiente.
El segundo abrazo.
Hoshio estaba quieto y cálido. Receptivo, tierno, generoso. Se aferró a mí.
Sólo hace falta que te reconozca una persona para existir.
Y para mí, Hoshio es la única persona que existe.
* * *
Continué observando las espaldas de Hoshio, que frente a la ventana abocetaba con soltura. No me interesaba tanto lo que dibujaba como él mismo. Me fascinaba ver la facilidad y rapidez con que trazaba, el movimiento de sus manos, y la seriedad hermosa de su mirada.
Yo me colgaba literalmente de la silla, puesta al revés, los codos sobre el filo superior del respaldo.
Y me quedaba en silencio, embelesado.
Aquel silencio compartido era para mí un preciado tesoro, algo que me apetecía siempre, que necesitaba y añoraba.
Aún así, estaba esperando el momento del tercer abrazo.
Porque el tacto de su cuerpo me había vuelto más impaciente y sucio, más pervertido.
Le deseaba físicamente.
Lo que al principio era un simple “gustar” se había transformado en un peligroso “desear”.
Y crecía a cada segundo de forma alarmante.
Masajeaba mis dedos, notaba mi frente sudada, se estrechaba mi garganta…
Hoshio dejó los lápices suspirando. Me sorprendió.
_Tengo sed… ¿Quieres tomar algo? Voy a por bebidas…
_ Ah…No te preocupes, ya voy yo. Estaba…pensando lo mismo.
Me levanté y apartando las cortinas de estampado hindú que separaban el estudio de la pequeña cocina, aproveché para respirar hondo, en silencio. En la nevera había refrescos de limón. Los preferidos de Hoshio, “Nada de alcohol…” Solía decir.
Cerró la puerta del mini refrigerador con el pie, ambas manos ocupadas con las latas y un par de vasos.
“Podría haberle puesto a tono con un poco de alcohol…”
Apartó las cortinas.
Allí estaba él, sentado en un viejo sofá forrado con trozos de telas de colores. La mirada perdida, abatido, traslúcido. Era… un ser de otro mundo.
Cómo atreverse a ponerle las manos encima…Cómo no atreverse a probarlo, a poseerlo.
Qué contradicción…
Se dio cuenta de que al final, siempre acababa siendo un observador. Alguien que sólo podía mirar a Hoshio. Como si se tratara de una estrella distante. En el espacio y en el tiempo.
“Ridículo…Está ahí mismo, a unos pocos pasos de mí…”
_ ¿Qué pasa?
Hoshio se había vuelto hacia él, fregando una mano contra la otra, un gesto muy suyo. “Probablemente tiene las manos heladas…” pensó, dando unos pasos y ofreciéndole una de las bebidas.
_ Perdona, estaba distraído… ¿Tienes…tienes las manos frías?
_ ¿Eh?
Hoshio bebía de la lata, mirándole distraído. “¿Por qué no puedo hacerlo? Tomar tus manos entre las mías, acariciarlas, calentarlas…Hoshio está a unos centímetros de mí. Pero yo sólo puedo mirarle”
_Te sueles fregar las manos, como si tuvieras frío…
_ Ah…Tal vez…– comenzó a explicar, tímido y con cierto pudor- tal vez sea una especie de tic- dudó unos segundos, dejando la lata entre los potes de acrílicos y agua coloreada- O algo así…
Su voz parecía perder fuerza a la par que terminaba la indecisa respuesta.
Su huésped sonrió. Realmente, era una persona especial, dulce, adorable.
Volvió a sentarse, dispuesto a seguir deleitándose con aquella visión que sólo él podía disfrutar.
Y el hecho de ser el único, el privilegiado que conocía el lugar en el que se ocultaba el ser más increíble y misterioso, sencillo y tierno, le hacía sentir entre nubes, afortunado y feliz.
Pero…Sólo podía mirarle…
* * *
Aquel chico es bastante raro. Mucho más que yo, que ya es decir…
Viene todos los días, se sienta en esa silla y me mira.
Observa como dibujo, como pinto. Me pregunto si es uno de esos amantes del arte o si lo hace por puro aburrimiento.
¿Cuándo comenzó a venir?
Estoy tan acostumbrado a él, que me siento cómodo. A diferencia de con el resto de la gente.
Antes de conocerle, no permitía a nadie invadir mi espacio. Ni siquiera un poco. Porque simple y sinceramente, quiero estar solo.
No quiero ver a nadie, no quiero hablar con nadie.
Entonces, ¿por qué? Por qué tú no me molestas…
_ ¿Cómo te llamas?
_ No me gusta mi nombre, prefiero no decirlo.
_ Eres muy raro…
_ Lo sé- sonrió como si tal cosa.
_ Entonces, ¿cómo me dirijo a ti?
_ Ponme un nombre…Me harías muy feliz.
Hoshio rió ante tamaña sorprendente estupidez. Era de lo más extraño.
_ Eres muy raro – sonrió abiertamente, y su cara pareció iluminarse, abrirse al aire como una flor nueva. Su visitante quedó prendado de nuevo- Realmente raro…
_ Raro…Me gusta como suena.
_ ¿Cómo quieres que te llame así? – sonrió irónico.
_ ¿Por qué no? El mundo es un absurdo, todos hacen lo que quieren, todo parece normal. Y lo que a ellos les parece normal, a mi me parece ilógico. Falso e incomprensible.
Escuchándole, Hoshio se sintió aliviado. Porque eran aquellas, palabras que creía suyas. Un tabú que debía ocultar del resto del mundo. No quería ser humillado nunca más.
_ ¿Hoshio? –preguntó el observador desde su asiento habitual, preocupado por el silencio que guardaba aquel pensativo artista solitario.
Hoshio le miró bien. Sentado en aquella silla, con unos vaqueros gastados, y varias gomas del pelo en la muñeca, mandíbula marcada, ojos grandes e inquietos, cabello largo hasta la nuca, manos sanas y morenas…Era un muchacho peculiar, muy viril. La forma de sentarse, con las piernas muy abiertas, como si montara a caballo; la mirada algo agresiva, las pocas palabras, la honestidad…Hoshio podía sentir cómo atraía. A él, al Mundo, a la Vida, al Éxito. Todo lo contrario a lo que era él.
_Raro… ¿Por qué vienes aquí cada día?
_ Porque me gusta.
Siguió pintando. Pincelada tras pincelada, copiando lo que veía a través de los dedos de su corazón.
Miraba y era mirado.
Aquella situación se convirtió en la rutina de ambos.
Se tocaban con los ojos…Esperando que algún día se observaran con las manos.
* * *
_ ¿No piensas ir al médico?
Su madre le riñó por enésima vez, mientras revisaba toda su ropa.
Hoshio disfrutaba viéndola ir de acá para allá, arreglando las cosas. O simplemente cambiándolas de sitio.
Limpiaba, fregaba los suelos y se empeñaba en poner orden también en su mesa de dibujo. Hasta que se daba por vencida, persuadida por las palabras de Hoshio: “Cocíname algo mamá”
_ No tengo ganas de ir, sabes que odio a los médicos.
_ Odiar, odiar…Gracias a ellos sigues vivo. Me tienes muy preocupada, ¿y si empeoras? No quiero ni pensar en verte otra vez como antes…No podría soportarlo…
Todo olía a sopa de pollo con hierbabuena. Hoshio no supo qué responderle. Porque si le decía la verdad, sabía que le sermonearía. Y la verdad era que no pensaba ir al médico. Si ella no quería pasar por lo mismo, él tampoco.
Su vida en el hospital, tratado como un pellejo, como algo inútil y repugnante…Aquella vida la quería olvidar. Y aún a sabiendas de que le sería imposible, su deseo de olvidar le daba una mínima satisfacción. Más que suficiente.
No podía escuchar ya las palabras que tanto daño le hicieron entonces, cuando los médicos no sabían qué enfermedad padecía, cuando le dijeron de plano, sin reparos: tú vas a morir.
No podía escucharlas pero seguían teniendo su propia fuerza intensa y aguda dentro de sí. Por eso evitaba el dolor odiando a los quienes las habían pronunciado. Alejándose del mundo en el que ellos reinaban. Obligándose con gusto a no verles.
Él.
El único que compartía su pequeño mundo oculto y seguro, pacífico y suave era el habitual visitante que había acabado por bautizar con un adjetivo de lo más estúpido.
_Hoshio, estás pálido – le dijo una tarde, sentado en su silla, con una camiseta sin mangas, los hombros morenos, sugestivos.
_ Ah… ¿sí?
_ Deberías descansar un poco…
_ Descansar…- Pareció que iba a bromear, pero sus ojos estaban algo apagados- ¿De qué?
_ De qué…- se extrañó el muchacho, alzando la barbilla, que hasta el momento había estado apoyando sobre los brazos, contra el respaldo de la silla puesta del revés- Siempre estás trabajando. Comparado contigo, yo soy el más grande de los gandules.
_ Si intentas animarme, déjalo…
Suspiró el visitante, frunciendo el ceño.
_ Nunca sé lo que estás pensando…Tampoco sé qué te preocupa. Por qué pintas, cual es tu plato favorito…
_ ¿Para qué quieres saber esas cosas?
_ Es normal. Me gustas.
Hoshio se quedó clavado en el sitio, casi a punto de dejar caer el pincel. Cuando reaccionó, tuvo miedo de darse la vuelta y enfrentarse a su mirada.
_ Raro… Definitivamente.
Le daba la espalda, completamente rojo por el sofoco.
E incapaz de dar ni una sola pincelada más.
* * *
Hoshio parecía cansado. Pálido y más delgado, suspiraba constantemente. Se frotaba los ojos como un niño somnoliento.
Su visitante comenzaba a preocuparse: no en vano era quién más conocía su apariencia, pasando las horas analizando cada uno de sus mil gestos, algunos indescriptibles, apenas perceptibles. La debilitación de aquel cuerpo, semejante a un lirio inclinado, era cada día más patente.
Le preguntaba en vano: si se sentía bien, si dormía suficiente, si comía como debía…. Pero Hoshio era como una almeja. Contra más querías abrirla, con más fuerza se cerraba, escondiendo todo muy adentro, peligrosamente.
Porque quería ayudar a Hoshio, protegerle y mimarle. Pero las distancias entre ambos estaban muy bien marcadas y ninguno de los dos pasaba de ser un observador.
_ Me estaba preguntando…-comenzó a decir el huésped, mientras sorbía café de una pequeña taza cuadrangular- Si podría serte útil…Ser tu modelo.
_ ¿Qué…?
_ ¿Te sorprende tanto?
_ No…Bueno, un poco. No es algo que la gente quiera hacer.
_ Pues yo quiero…Debe de ser aburrido pintar siempre lo mismo.
_ Pues sí – rió Hoshio, alegre ante la honestidad del chico.
_ ¿Me harías un desnudo?
Hoshio enmudeció, y aunque no podía verle la cara – siempre enfrentada a la obra de arte – el visitante intuía que estaba ruborizado.
Hoshio no sabía cómo reaccionar, de la misma forma en que no supo cuando aquel chico, franco y desenfadado, le confesó que le gustaba.
Le gustaba y ahora le pedía que le dibujara…desnudo.
Se moría de vergüenza.
_ Perdona, era broma – el chico se levantó de la silla y dio dos pasos.
_ ¿Cómo me pongo?
Hoshio le miró de soslayo y en voz baja, tímidamente, le dijo que se pusiera cómodo:
_Como tú quieras…No importa.
_ Podrías aprovechar y ser más mandón – bromeó de nuevo.
_ Entonces…deja que te pida que no hables mientras hago el boceto…
“Y Raro se mantuvo quieto y callado mientras yo dibujaba, con un pedazo de carboncillo, la mano aún temblando y el corazón aleteando dentro de mí como un pájaro encerrado.
Sólo habló una vez, para de nuevo quitarme las palabras de la boca:
_ Esta es la primera vez que nos miramos de frente, el uno al otro…
Sí. Porque hasta ahora, tú siempre me habías mirado desde ahí detrás. Y yo siempre te había percibido, desde aquí, detrás del papel. Detrás de la ventana. Detrás del mundo.
Ahora podía mirarte abiertamente, intentando no delatar con mi expresión cuánto me fascinas. Hasta que el genio mágico de mis dedos me hipnotizaron, como tú misma visión. Entonces ya no pensé en nada, sólo dibujé. Y cuando finalmente di el último trazo, tomé aire, satisfecho y te miré.
Me sonreías.
_ Te has debido cansar…Tendríamos que haber parado para que te estiraras un poco…-se justificaba limpiándose las manos en un trapo que tenía colgado en el caballete- Pero es que estaba absorto…
_ Yo también – le interrumpió, con ojos radiantes, confidentes- Me ha parecido un segundo…Es una lástima…
_ ¿Quieres ver…cómo ha quedado? No es muy bueno…- Hoshio evitaba encontrarse con los vivos ojos de azor de su asiduo visitante.
_ ¿Por qué te valoras tan poco? Eres increíblemente bueno…- Se acercó al dibujo: una boceto tan perfecto que parecía estar a punto de saltar del papel…Podía verse a sí mismo a través de los ojos de la persona a la que amaba.
_ Soy muy feliz…- dijo sin pensar, dejando a Hoshio estupefacto – ¿Puedo quedármelo?
_ Ah…nnn…claro…- titubeó Hoshio, experimentando un cosquilleo extraño en el estómago.
Fue entonces, cuando de repente Raro le tocó la cara. Dio un salto, apartándose, como un animal asustado.
_ Tienes un poco de carboncillo en la mejilla…también en la nariz…
_ ¡Ah! Sí, vaya…voy a lavarme…
“Raro parecía triste. Me miró como si fuera a llorar. ¿Por qué me pongo a la defensiva? Debería haberme disculpado…”
Hoshio dejó que el agua corriera sobre su cara, inclinado bajo el grifo.
Estaba ardiendo, nervioso y desapacible.
Pero…aquella tarde, habiendo retratado a Raro, había logrado recuperar la ansiosa y satisfactoria pasión por el arte. Y su corazón se había sentido libre y sano por primera vez en mucho tiempo.
_ ¿Volverás a posar para mi?
_ ¿Tienes que preguntar? Será un placer.
Raro se fue aquella tarde con el gran rollo de papel bajo el brazo. Ni un atisbo de aquel triste tinte del rechazo al tacto. Sonriente y lleno de luz.
Cuando sales por esa puerta, desaparece la luz de mi vida…
Bajé las escaleras de tres en tres, con mi preciado retrato bajo el brazo y unas ganas locas gritar, reír, correr.
Y al pisar la calle, me di cuenta de que, cuando salgo y cierro tras de mí aquella puerta, desaparece la luz de mi vida…
* * *
Raro jugaba con el móvil, está vez sentado en el suelo, los pies descalzos. La tarde era terriblemente calurosa, el cielo estaba pálido y una calma pesada tornaba letárgico al mundo. Inanimado y animado, todo era como un teatro de títeres abandonado.
En el patio de al lado, entre las malas hierbas, las chicharras cantaban con sus desafinadas alas.
Hoshio se sentía mal. Nauseabundo, mareado…Había perdido el apetito. Sólo le apetecía beber.
A su visitante le costaba apartar la mirada de los labios de Hoshio, de los que resbalaba el agua fresca, mientras tragaba de la botella de plástico con avidez.
Las gotas de agua corrían por la piel, pura, del color de la pulpa del albaricoque, mojándole el largo cuello.
“El agua debe de colarse ahora mismo por debajo de la camiseta, pasando por el pecho, hasta el ombligo…y más abajo”
_ ¿Qué pasa? – preguntó Hoshio, extrañado ante la expresión de su huésped, totalmente nueva.
_ Ah…Nada…
Por supuesto, aquella expresión que había visto en Raro no era otra que la del deseo.
_ ¿Puedo hacerte una foto? – le pidió sacudiendo sutilmente su móvil.
_ ¿Eh…? Una foto…- sonrió, siguiendo con el proyecto que tenía entre manos- No me gustan las fotografías…Hace siglos que no me hago ninguna.
Coloreaba las zonas de piel del retrato de Raro, mientras recordaba las fotografías de su viejo yo, el de hacía apenas unos años, seco como una caña, cadavérico y triste.
_ Por favor…Hoshio.
Le sonreía con cara de pillo. Después de todo era un astuto buen chico. Eso pensaba Hoshio.
Asintió con la cabeza, un tanto avergonzado.
Raro le tomó fotografías, hasta que Hoshio comenzó a perder la compostura, a reírse. Se divertía.
_ Hagamos una juntos – resolvió Raro poniéndole el brazo alrededor de los hombros.
Hoshio se acaloró, tan apretado contra el cuerpo de Raro, que sujetaba el móvil delante de sus caras.
No se atrevía a decir nada, estaba muy nervioso. Y aunque le daba vergüenza estar tan pegado a Raro, en el fondo, no quería separarse de él. La calidez de aquel cuerpo fuerte y vibrante, inquieto, hacía que su cuerpo reaccionara como a una caricia deliciosa.
_ Ha quedado perfecta – anunció Raro mostrándosela.
_ Ah…
_ Por supuesto Hoshio está genial…
_ ¿Qué dices? Siempre salgo fatal…
Bajó la cabeza.
_ Esto…Tu brazo…
Raro no le soltaba. Hoshio comenzó a ponerse muy nervioso…Se estaba asustando.
Pero al poco le soltó, silencioso, guardándose el móvil en el bolsillo trasero del pantalón.
“Aún no puedo tocarle…”
_ Esta foto, será mi tesoro. Mi amuleto – le dijo sentándose de nuevo.
_ Siempre me haces sentir incómodo.
Se hizo un ligero silencio.
Raro se estaba perdiendo, le ardía algo semejante a la furia.
_ ¿Por qué? – preguntó secamente.
_ Estás enfadado…
_ No lo estoy.
_ ¡Lo estás! – Hoshio tenía los ojos aguosos y le temblaban las manos, manchadas de verde y ocre.
Así, enfrentados, tensos y a punto de estallar. Así fue como otra faceta de los dos nació en el pequeño estudio.
Frustración.
Incomprensión.
Confusión.
Raro se levantó, apretando los dientes, cogió sus sandalias del rincón y salió, sin decir ni una palabra.
Hoshio respiró hondamente, arrodillándose de golpe, sin respiración. Lloró como solía hacer antes, cuando la enfermedad le corroía y desesperaba.
“Otra vez solo…Soy un idiota…Un maldito imbécil que lo estropea todo…”
Se quedó llorando en medio de su centenar de obras, sobre el suelo cubierto con papel de periódico, con miedo a levantar la vista y encontrarse con aquella silla sin su raro observador.
* * *
Glosario:
Voyeur: mirón.
Hoshio 星追 ほしお el que persigue a una estrella (de nuevo inventando nombres, aunque quizás exista, no sé si será con estos kanji que escojí para mi personaje ^^)