Yo ya no sé para qué escribo, ante el silencio del Mundo…
No sé por qué sigo con este monólogo de una vida que no es mía,
y que debo gobernar, con mi varita mágica de la fe y el desengaño.
Cómo llegar a contar mis años, sin tapujos y sin miedo,
al que dicen, digo que dije, y siguen con el dirán.
Una niña que no sabía, que iba a agonizar antes de la pubertad,
y que vería romper en mil escamas de lágrimas, sus sueños e ilusiones,
antes de que aprendiera a bailar con su abuela, de la sevillana, la tercera.
No pudo decirle a un cúpido inexperto, que amaba a ese par de azules
de una mirada inocente…
Bajó las escaleras de una vieja facultad de historia, sin apenas fuerzas,
envuelta en un abrigo demasiado grande, para no volver atrás,
porque sus pasos ya tiraban de ella hacia aquellos castillos donde las batas blancas tiranizan y cortejan con sabidurías a medias…
Luchó contra aquellos que no aplauden aunque vean morir a la hermosa Campanilla, contra los que malhablan para ensalzar su ignorancia y contra
los látigos que a su cuerpo le instiga una enfermedad, que hasta en el nombre,
muestra su cruel fealdad.
Y resurge, y vuela un poco más alto, sus alas heridas pueden al menos avanzar un poquito más…Si sonríe es porque lo heredó de su madre.
Esa niña de alas rotas, busca siempre el sol y las playas, en donde reposa el alma y los poetas reinan.
Esa niña soy yo, y ya no sé por qué escribo, ni por qué quiero seguir agitando ante el Mundo, esta varita mágica de fe y de melancolía, buscando un lugar en el que habitar. Un lugar en el que mi nombre, suene, vibre y se deje amar.